martes, 28 de julio de 2009

UN CUENTO DE MARIO A.


Este es un cuento que me relató mi querido y dilecto amigo Mario Agostino, en Febrero del 2006:

"El Hombre se fué a navegar con su canoa canadiense y su motor de 4 HP a los Bajos del Temor, a la salida del Aguaje del Durazno, mas allá del Paraná de las Palmas, dónde comienza la Segunda Sección de Islas del Delta.
Era un dia soleado de verano, con agradable temperatura, excepto para remar. Al poco rato de navegar por los Bajos, entre los palos que marcan el canal, el pequeño motor se detiene sin motivo aparente. Son inútiles los intentos de volver a ponerlo en marcha.
Comienza entonces –el hombre- a revisar el motor. Primero, si hay nafta suficiente, después, si el paso no está cerrado u obstruído. Comienza también a sentir calor y a transpirar. Es cerca del mediodía y la corriente lo vá alejando de la costa, adentrándolo en el Río de la Plata.
El hombre se encuentra sólo, no hay nadie a quien pedirle ayuda. Pero en un momento dado se escucha, entre el rumor de las olas que chocan contra el casco de la embarcación: -“ ¡Mirá el encendido, los platinos!”-
El hombre se dá vuelta, en la sospecha que alguien lo hubiera alcanzado en un bote de remos... pero no se vé a nadie....
Sigue examinando el motor, pero el encendido es electrónico, una unidad sellada.
-“¡Fijate la bujía, mirá la bujía!”- Vuelve a decir la voz.
El hombre se dá vuelta, ya francamente preocupado, molesto por el calor, y vá pensando si no estará delirando por el sol, afectado quizas por las radiaciones UV, por el agujero de ozono, o algo similar, pues no se vé a nadie, y la costa está cada vez más lejana.
Continúa examinando nerviosamente el motor, considerando regresar a remo antes de alejarse demasiado; pero también mirando con atención a su entorno, a fin de descubrir que misterio envuelve a esa voz que trata de indicarle cómo solucionar su dificultad. Y también trata de encontrar de dónde proviene; quién es el que habla...
Entonces, asomando entre las olas que lo rodean, alcanza a ver la cabeza marrón-amarillenta de un bagre grande, que claramente le dice: -“¡Mirá el encendido...!”-, -“¡...fijate la bujía...!”-, -“¡Mirá el filtro de nafta, el filtro..!”- , antes de sumergirse nuevamente en las aguas del Plata.
Ante tamaño descubrimiento, el hombre primero se sorprende ...e inmediatamente se pega tal cagazo que, sin pensarlo dos veces, agarra un remo de palas dobles que llevaba y sale remando a todo lo que puede rumbo al Chaná, cuya boca se adivina después de un palo marcado con un balde en el tope.
Al cabo de cuarenta minutos de palear ininterrumpidamente, agitado, transpirado, hecho bolsa en suma; habiendo vencido al viento y a la corriente en contra, consigue llegar a uno de los muelles cercanos a la desembocadura del mencionado arroyo. Allí, dos tipos se encuentran pescando tranquilamente y lo ven acercarse con cierta curiosidad y ,por que no, cierta preocupación por el aspecto desencajado del hombre.
La canoa canadiense se detiene junto al muelle y el hombre les pide un poco de agua, ya que se encuentra medio deshidratado después de la exigente remada.
-“Como no”, le dice uno de los del muelle; -“espere que ya le alcanzo”- agrega, llenando un vaso grande de plástico desde un bidón.
El hombre, después de tomar ávidamente dos vasos y agradeciendo la gentileza en la mitad del tercero, una vez terminado este último se siente en la obligación de contarles su fantástica historia. Claro que con alguna reticencia, en parte por timidez, en parte porque esa gente del río pudiera suponer que el calor y el sol estival lo hubieran transtornado.
Pero al final se anima y dice:
-Miren, yo estaba navegando por entre los palos de los Bajos, y se me quedó el motor. Me pongo a revisarlo y siento una voz que me dice; ‘mirá el encendido’, ‘mirá el filtro de nafta’, o ‘mirá la bujía...’ ...¡y estaba yo sólo , no había nadie!
Los dos del muelle lo miran con interés. Después, sin mediar palabras, se miran entre ellos y se vuelven hacia el hombre en muda interrogación. Este sigue diciendo:
-... y de pronto, miro así... ¡...y veo que se habia asomado de entre las olas un bagre, que era el que me hablaba...!
Los tipos del muelle ahora sonríen e intercambian una mirada de complicidad. Finalmente, el más viejo de ellos pregunta:
-¿Un bagre muy grande? ¿Amarronado?-
-¡Sí, sí, ese mismo!- responde el hombre sorprendido.
-Ah no, no se preocupe-, contesta el Viejo y agrega con displicencia, -¡No sabe nada de mecánica!"